¿Sabéis? Hace poco alguien golpeó mi ventana. Al Principio pensé que era una rama de un árbol de la vecina que había llegado hasta mi ventana y se movía por el viento. Sin embargo, me di cuenta de que algo no iba bien, sonaba solo tres veces y siempre a la misma hora.
Un día que hacía calor dejé la ventana abierta y me fui a dormir. Una luz cegadora me despertó a las tantas de la noche; ¡era un hada! Al lado había un chico con el que había soñado tantas veces y del que había leído tanto. Estaba ahí delante mía, con una sonrisa burlona. Sí, eran Campanilla y Peter Pan. Él se acercó a mi cama y me preguntó si sabía quién era. Yo, emocionada, le contesté si había algún niño en el mundo que no supiese quién era Peter Pan. Él soltó una carcajada, pero enseguida se puso serio y me dijo:
- Sabes por qué he venido, ¿no? He venido para enseñarte a volar, para llevarte conmigo al País de Nunca Jamás y que vivas allí conmigo y que tú también te conviertas en la chica con la que yo sueñe todos los días. Que todos los demás niños del mundo sepan que tú eres la princesa a la que yo escogí.
Yo no podía creer que esas palabras salieran de la boca de Peter Pan. Ese delgaducho pelirrojo y con unas mayas verdes iba a hacer mis sueños realidad,
Me fui corriendo para mi maleta, empecé a coger lápices, cuadernos, libros, fotos..
-¿Qué haces?- Me preguntó Peter.
-Hacer la maleta. Me voy contigo. - Le dije incrédula.
Peter se pudo serio y empezó a hablarme con un tono que le hacía parecer hasta un chico serio:
- No puedes llevarte nada, ese es un sitio especial que yo he creado. No se pueden introducir nada más que lo que hay ya allí. Si quieres venir conmigo debes olvidar todo, tu casa, tus amigos, tus padres, cómo crecer e incluso quién eres.
A mí ya no me parecía tan buena idea eso de irme allí. Nunca había salido sin mis padres y me daba un poco de apuro pero él siguió hablando.
- He venido a tu ventana desde hace bastante tiempo. Te he estado llamando, pero tú no me hacías caso. Te he estado observando y sé que eres perfecta, todo lo que un chico puede imaginar. Así que, ¿te vendrías conmigo?
Le miré a los ojos y con miedo, acepté la proposición. Peter me espolvoreó un poco de polvo de hadas y nos fuimos volando por la ventana. Yo no volví a ver ni a mis padres, ni a mis amigos, ni a mí misma y bueno, es lo que nos pasa a todos cuando nos enamoramos, viajamos a un lugar precioso con esa persona tan especial y es como si volásemos. Lo malo es que nos olvidamos de las demás personas... y muchas veces de nosotros mismos.
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